Yo conocí a Carmicito

Juan Carballo cumple hoy 93 años. Es abuelo de poco más de 30 nietos. Él es su padre también. Al preguntar por Juan Carballo en Mocajuba, nadie lo conoce, tienes que preguntar por «Carmicito». Luego, con una sonrisa en el rostro, es gente buena ese Carmicito!

Mocajuba, es tierra de pobres, el servicio doméstico solo recibe 150 reales de domingo a domingo hasta las 10 de la noche. Carmicito es pescador, pero además planta la tierra, siembra mangos, guayabas, muricis*, sandías, papayas y cafetos, para alimentar a la familia, a esa edad aún quiere hacer más y se regocija en sus recuerdos cuando habla de su terruño, brillan sus ojos y alguna lagrima corre por sus arrugadas mejillas cuando cuenta sus historias.

Carmicito comenzó con síntomas respiratorios, dolor de garganta y tos, hace dos semanas. Vino de Mocajuba con diagnostico de Covid 19, se quedó en el «Hangar»(hospitalito de campaña en Pará, norte de Brasil) hace tres semanas. Ray lo cuida, ella vino a estudiar enfermería a Belém, Carmicito la ayudo, ahora Ray es técnica de enfermería en Belém, en el mismo hospital de campaña donde está ingresado Carmicito. Allí atiende una sala con veinte pacientes de Covid 19, ella sufre cada historia de lágrimas que ha visto en esta gran pandemia que azota al país, pero aun así cuando tiene el tiempo menos ocupado acompaña a su viejuco por las tardes.

Carmicito se va recuperando de a pocos, hoy es su cumpleaños, sonríe y recuerda, allá en Mocajuba, hay una playa con su nombre, Dios bendiga a todos los Carmicitos de Pará, que tienen muchas Ray como nietas. Ray quiere terminar de estudiar para volver a Mocajuba, para cuidar a Carmicito, para cuidar a Mocajuba. Brasil es un gran Mocajuba, lleno de Rays y Carmicitos. Dios ha tejido caminos para armar historias de amor como las de Mocajuba, Ray y Carmicito.

 

*El murici (nombre científico Byrsonima crassifólia (L.) Rich) es una planta presente en toda a América Latina, donde fueron identificadas cerca de 130 especies de muricis. El nombre de ese árbol es de origen tupi y significa “árbol pequeño”

El peso de la pobreza

Siempre a las 10 de la mañana para hacerse una glucemia capilar, la enfermera la veía temprano, llevando a los nietos a la escuela. Después cerca del consultorio, hablando con los vecinos, el resto de las personas conversaba un rato después se marchaban, ella quedaba sola en la esquina. Luego con calma entraba en el consultorio y pedía tomarse la presión y hacerse una glucemia capilar. La enfermera se limitó a mirar e hizo la misma pregunta desde hace dos meses.
– La señora tomó su desayuno ? – y siempre la misma respuesta.
-No desayuné aún mi niña.
Ya tenía marcado consulta con el médico, María Aparecida, era diabética y nunca la había visto descompensada en consulta, el vestido sencillo de señora sin muchos adornos, de sonrisa fácil que daba deseos de amar la vida con tanta aura positiva.
Más algo llamaba su atención, cada semana, siempre de noche, un chofer de la guardia nocturna subía con ella para el hospital, cada semana volvía con el mismo diagnóstico Diabetes descompensada. Le pasaron suero, daban insulina rápida, en el resto de la semana siempre compensada de la glicemia. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía ser posible? Eran muchas dudas. Ese día había pensado resolverlos.
-Buenos días, María Aparecida.
– Buenos días, enfermera. Todo bien?
-Todo, bueno casi todo.
– Yo haciendo mi parte en esta vida, mi niña ya deje mis nietos a la escuela y ahora aquí para medir mi Diabetes.
-Vamos a medir su diabetes, María Aparecida, cogió el glucómetro, una aguja desechable y con destreza pincho el pulgar y dejó escapar una gota de sangre encima de la tirita de prueba. Esperó unos segundos.
– 88 Mg / dl. ¿No es posible?
– ¿Por qué enfermera?
– ¿Usted fue al hospital cuando, María Aparecida?
– Ayer.
– ¿Tomo su medicina, hoy?
– ¡No estoy loca, imagina!
– ¿Cómo es posible que hoy este normal? ¿Qué comió ayer?
– No comí nada , enfermera padrón. Siempre con una sonrisa en su rostro.
-¿Todavía está en ayuno? Va a tener convulsiones un día, no puede estar en ayunas tanto tiempo, el diabético tiene que comer, 4 en 4 horas, frutas, pan, jugos, está haciendo todo incorrectamente.
– ¿Cómo voy a hacer eso, seño?
– ¡Organizando sus horarios, María Aparecida!
-Cómo voy a organizar lo que no tengo, en casa el desayuno es sólo para los niños, y solo café hay días que sin azúcar, mi Viejito y yo si desayunamos no tenemos almuerzo y si almorzamos no cenamos. Y la sonrisa cubrió toda la cara.
La enfermera dio otras indicaciones y siguió trabajando, a la hora del almuerzo, comió sin prisa, mirando por las ventanas las nubes dispersas que anunciaban lluvia tardía septiembre, sin dejar de pensar en la señora María mientras miraba su almuerzo.

Camilo Francisco Ramos Pérez

La doctora de las pizzas

Vivía en un consultorio médico, medio básico del Ministerio de Salud Pública, tenía 2 pisos de pocos metros cuadrados y un patio pequeño en el que yo había plantado una guayabera y muchas flores.

Corría el año 2006 y ya habían pasado 9 años de haberme formado como médico. Mi rutina cambió abruptamente cuando el padre de mis hijos decidió abandonarnos y explorar otras juventudes… mi niña aún con meses de vida y mi varón con 6 añitos, y yo una mamá en desespero, un fogón, un refrigerador y un televisor del policlínico, me lo habían entregado enfermo, casi muriendo, pero su salud le alcanzaba para transmitir “los muñequitos”. Ah.! Gracias a Dios, a esa hora estaban mis amores medios anestesiados con aquel audiovisual poco colorido. Eran nuestras escasas riquezas temporales, pero aún así forjamos un amor sin límites en aquel ambiente, nuestra complementación era sincera e infinita.

A veces quería desaparecer, pero la presencia de mi progenie me devolvía a la realidad. Quería volar, pero saber que no había otro nido, me hacía aferrarme a aquellas cuatro paredes prestadas. Todo era posible de superar hasta que las penurias de mi precaria economía se me vinieron encima.

Hablaba para mis adentros muchas veces, pensando en voz alta: Yo soy médico, no soy mala como profesional pero… cómo voy a conseguir mantener a mis hijos?

Caramba! ¿Por qué no estudié otra cosa?- me reclamaba en mis adentros. Pero qué cosa mi Dios?- Seguía mi auto interrogatorio; No me veo siendo otra cosa que no sea médico… esas eran las innumerables preguntas que me agobiaban cada madrugada.

Muchos de mis colegas en esos días recurrían a salir en «misiones médicas» para resolver el problema económico, en ese entonces Venezuela era el orden del día, pero la verdad, para mí no estaba en discusión dejar mis pequeños al cuidado de nadie para buscar cuatro quilos que se esfuman en tantas necesidades, en el peso de la balanza siempre ganaba mi amor maternal.

Recuerdo un pasaje del verano, que era Agosto, mediodía y había 36 grados Celsius, la verdad para mí se sentían como 40, el sudor consumía los rostros de las personas que se apresuraban por las destruidas calles que alguna vez tuvieron asfalto, aquella imagen y mi sofocante sentir me despertaron las ideas, en mi cabeza un bombillo se iluminó: Haré jugos caseros con las guayabas de mi patio.!, no será mucho pero ya podré aumentar mis ingresos básicos. Por algunos minutos sonreí, estaba motivada.

Cada día el cuidar a los niños junto a los quehaceres del hogar era agotador, esperaba a que durmieran para hervir las guayabas y hacer los jugos, me sobraban unas escasas horas para dormir. Aun con aquella apretada jornada de comerciante y pasado un mes no alcanzaba mi economía para comprar el pollo. Ahí de vuelta al comienzo, las mismas preocupaciones en relación a mi economía me martillaban una y otra vez los pensamientos en las madrugadas, hasta que …Eureka.! Decidí aprender a elaborar pizzas! – A todo el mundo le gustan, me dije, pero no tenía la mínima idea de cómo hacerlas. Pues es este mi país, donde cualquier cosa es comestible.- Pensé. Me fui con mis hijos en brazos hasta la panadería más cercana y supliqué al administrador que me vendiese masa de pan sin cocer aún y le expliqué mi enorme necesidad de sobrevivir, y él aceptó. Fue un día feliz, es increíble cuán feliz se puede ser con una buena acción. Y así comenzó una etapa diferente en mi vida, creí que haber estudiado tantos años me libraría del trabajo pesado, pero olvidé que mi tierra no es igual a los cuentos de hadas.

Cada día del año era un reto, dolía mi espalda por el peso de la mochila, la masa de trigo crecía muy rápido por el calor y mi paso era más lento gradualmente. Perdí peso, lloré en las madrugadas, soñé con imposibles, deseaba un milagro, pero lo importante es que sobreviví. Mis hijos no recuerdan sino el sabor agradable de las pizzas y el jugo de guayaba, solo yo llevo el dolor guardado. Han pasado años desde aquella época.

Para sobrevivir no pude contar con mis tantos años de universitaria, aquella carrera que creí me daría mi seguridad en el futuro se había convertido en un simple espacio en mi currículo, no llevaba comida a la mesa.

He llegado hasta aquí, superando obstáculos que no han sido pocos, fueron piedras que moldeé para construir los peldaños de mi presente, he abandonado mi caribeña tierra a pesar de amarla, pero me he llevado a los míos. No puedo olvidar las razones por las cuales emigré, no puedo olvidar las personas buenas que conocí, los pacientes que cuidé en cada lugar por donde viví, no puedo olvidar nada, pero aún necesito y quiero crecer.